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Porque no se puede permanecer impávido ante el mundo...

miércoles, 24 de junio de 2009

ROSENDO MERCADO, el Sosiego de una MANERA de VIVIR

Diego EL CIGALA. La piedra que reposa en la tierra.

Él nació en El Rastro. Castizo. Gitano. Gato. Madrileño. Hijo de su tiempo...
Él se restregó con la Vida.Y la Vida en el tiempo de su tiempo tenía matices oscuros. Sombras que entorpecían el ojo, torcían el tobillo y uno caía impávido, de bruces, encima de los obstáculos que ponían la Vida y el tiempo de su Tiempo.
Velocidad es igual a espacio partido tiempo...
Y apareció en ALMERÍA. Primero en el barrio de LA PESCADERÍA y de LA CHANCA. Después descubrió los huecos, cóncavos, convexos. Se hizo de la ciudad y de la provincia. Como buen hijo que respira la Vida en el Tiempo de su Tiempo.
Él agarra la piedra que enseñó a sus pies a caminar por la tierra.
Carmen K. Salmerón.

Diego El CIGALA. ¡Foto INÉDITA!

viernes, 12 de junio de 2009

Marismas y Salinas del Cabo de Gata

La Primera vez que él Enloqueció I.

LA PRIMERA VEZ QUE ÉL ENLOQUECIÓ I.

La Primera vez que él enloqueció fue en aquella ciudad proscrita.

Iba forzado por ella, como siempre, como los presos políticos de los ejércitos vencidos. Por ella.

Iba forzado por su mujer de entonces. Almudena.

Se estaba poniendo de moda una ciudad hasta entonces desconocida. Una ciudad que no llevaba a ninguna parte. No estaba conectada con ninguna otra. En la Historia del SXX no había destacado por nada aparentemente. Aunque Eiffel construyó la estación de tren. Aunque le debemos a su producción de uvas celebrar el fin de año tomándolas al compás de las campanadas. Aunque fuera el puerto principal de Al- Andalus oriental. Aunque en dos ocasiones hubiera sido destruida por un terremoto. Todo esto quedaba demasiado atrás en nuestras memorias contemporáneas y anémicas.

En aquella época sólo se conocía de ella el desierto.

El desierto, los spaghetti westerns y los invernaderos.

Pero había que ir a aquella ciudad desértica que empezaba a despuntar por sus playas desérticas.

Él odiaba el desierto.

El odiaba el mar.

No importaba. Su voluntad no importaba. Aquella ciudad era “la modernidad” del círculo de trabajo de ella, Almudena.

Almudena.

¿Qué podía esperar de una mujer que tiene nombre de cementerio?

Él no ejecutaba su voluntad. Su mujer con su nombre de cementerio se encargaba de que él no necesitara pensar. Su mujer con nombre de cementerio le eligió como macho dominante para construir su manada. Su mujer con nombre de cementerio quería bruñir el “diamante bruto” que él llevaba dentro.

Su mujer con nombre de cementerio desvariaba.

La mujer con nombre de cementerio decidió un día ir a Almería.

Almería.

Aquella extraña ciudad que nadie sabía situar correctamente en el mapa.

La familia de la mujer con nombre de cementerio eran vascos. Cuando colocaron al primer etarra de la familia y lo enviaron a la cárcel de Acebuche, en Almería, las mujeres fueron a Amnistía Internacional a preguntar:

- ¿Dónde está Almería, pasado Burgos?

- No, señoras, no.

- ¡Ah! Pues entonces será cerca de Madrid, claro.

- No, no ,no, más al sur.

- ¿Al sur? ¿Al sur de qué?

- De la península, señoras. Está en el sur este, entre Granada y Murcia.

¡Entre Granada y Murcia! ¿Habría algún lugar más alejado aún de Euskalerría? ¿Habría algún otro lugar tan lejos del mundo como aquella ciudad?

La primera vez que él enloqueció fue en Almería.

La última también.

Carmen K. Salmerón.

viernes, 8 de mayo de 2009

Casi Divina

Casi Divina

Antes de enloquecer era casi divina;
quizá por eso enloqueció.
Ya se lo decían las vecinas a la madre durante el embarazo. Hubo una vez en la que el bebé, aún sin sexo conocido, habló, lloró o chilló, desde la profundidad emergente de las tripas maternas.
“¡Es una premonición, es una premonición, Rosina, los niños que dicen cosas desde las barrigas, son diferentes!”.
Ni doña Margarita. Ni doña Celeste. Ni doña Goyita. Ni sus pisos elegantes adornados con siameses y caniches elegantes sin esterilizar. Tampoco lo eran los pises elegantes con los que sus mascotas, ¡todas machos!, marcaban atmósfera y patas de aquellos muebles modernos estilo pop art. No eran clarividentes. No eran desde luego unas vecinas clarividentes. Pero bien es cierto que tanta elocuencia alborotó a una futura madre adolescente y primeriza recién estrenada en una clase alta y rancia de provincias, en serio período de extinción.

Quizá ese alboroto,
o revoltijo intestinal,
o proceso vírico emocional,
o todo junto, o nada de eso, formaran parte activa en su vocación repudiada de ser

casi divina.

Cuando comía. Cuando bebía. Cuando defecaba.
Cuando limpiaba.
Cuando limpiaba.
Cuando limpiaba.
Cuando hablaba. Cuando bailaba. Cuando menstruaba y se limpiaba el sexo con un trozo de papel higiénico perfectamente milimetrado,
lo era.

Casi lo era.
Tenía esa especie de divinidad innata que sólo poseen las mujeres mariquitas.

Era casi divina,

Antes de enloquecer.
Pero enloqueció.


Carmen K. Salmerón.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Enloquecida por la LIMPIEZA

Enloqueció.
Ejercitó su derecho a ser libre. Libremente eligió. No creyó en las posibles consecuencias oscuras de un acto libre. Ni sospechó, tan siquiera, que un acto voluntario podría ser atrapado por sombras oscuras, opacas y frías como el agua del cántaro que dio de beber a su familia. No barajó consecuencias turbias de un acto amoroso.
Enloqueció.
Ni la literatura, ni el arte, ni la pintura, ni la fotografía, ni la música, ni el teatro. Ni los hijos. Ni siquiera los hijos. Los hijos que todo lo tapan. Los hijos que todo lo curan. Los hijos que tanto encandilan.
Dejó de interesarle todo lo que le movió en la vida. Todo el conocimiento que la formó.
Enloqueció.
Y la curiosidad innata, motor de su aprendizaje, siempre ávido, se transformó. La curiosidad del conocer, víctima de la artosis psíquica, se retorció.
Y ahora sólo limpia, limpia y limpia, con la misma fruición de quién frota con ahínco una mancha pertinaz en una prenda querida. Como si con ello pudiera eliminar del pasado libertad, actos voluntarios y actos amorosos.

Carmen K. Salmerón.