Comentarios a Fotos



Porque no se puede permanecer impávido ante el mundo...

viernes, 8 de mayo de 2009

Casi Divina

Casi Divina

Antes de enloquecer era casi divina;
quizá por eso enloqueció.
Ya se lo decían las vecinas a la madre durante el embarazo. Hubo una vez en la que el bebé, aún sin sexo conocido, habló, lloró o chilló, desde la profundidad emergente de las tripas maternas.
“¡Es una premonición, es una premonición, Rosina, los niños que dicen cosas desde las barrigas, son diferentes!”.
Ni doña Margarita. Ni doña Celeste. Ni doña Goyita. Ni sus pisos elegantes adornados con siameses y caniches elegantes sin esterilizar. Tampoco lo eran los pises elegantes con los que sus mascotas, ¡todas machos!, marcaban atmósfera y patas de aquellos muebles modernos estilo pop art. No eran clarividentes. No eran desde luego unas vecinas clarividentes. Pero bien es cierto que tanta elocuencia alborotó a una futura madre adolescente y primeriza recién estrenada en una clase alta y rancia de provincias, en serio período de extinción.

Quizá ese alboroto,
o revoltijo intestinal,
o proceso vírico emocional,
o todo junto, o nada de eso, formaran parte activa en su vocación repudiada de ser

casi divina.

Cuando comía. Cuando bebía. Cuando defecaba.
Cuando limpiaba.
Cuando limpiaba.
Cuando limpiaba.
Cuando hablaba. Cuando bailaba. Cuando menstruaba y se limpiaba el sexo con un trozo de papel higiénico perfectamente milimetrado,
lo era.

Casi lo era.
Tenía esa especie de divinidad innata que sólo poseen las mujeres mariquitas.

Era casi divina,

Antes de enloquecer.
Pero enloqueció.


Carmen K. Salmerón.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Enloquecida por la LIMPIEZA

Enloqueció.
Ejercitó su derecho a ser libre. Libremente eligió. No creyó en las posibles consecuencias oscuras de un acto libre. Ni sospechó, tan siquiera, que un acto voluntario podría ser atrapado por sombras oscuras, opacas y frías como el agua del cántaro que dio de beber a su familia. No barajó consecuencias turbias de un acto amoroso.
Enloqueció.
Ni la literatura, ni el arte, ni la pintura, ni la fotografía, ni la música, ni el teatro. Ni los hijos. Ni siquiera los hijos. Los hijos que todo lo tapan. Los hijos que todo lo curan. Los hijos que tanto encandilan.
Dejó de interesarle todo lo que le movió en la vida. Todo el conocimiento que la formó.
Enloqueció.
Y la curiosidad innata, motor de su aprendizaje, siempre ávido, se transformó. La curiosidad del conocer, víctima de la artosis psíquica, se retorció.
Y ahora sólo limpia, limpia y limpia, con la misma fruición de quién frota con ahínco una mancha pertinaz en una prenda querida. Como si con ello pudiera eliminar del pasado libertad, actos voluntarios y actos amorosos.

Carmen K. Salmerón.